Hasegawa Tohaku (1539-1610)

miércoles, 21 de diciembre de 2011

La poesía oriental de José Watanabe


(Importante aclaración previa: en esta entrada agrupo otras dos que, en entregas sucesivas -la primera entrega, aquí; la segunda entrega, aquí- realizó Pequeños Universos, blog sobre filosofía y práctica del Aikido, agrupadas bajo otro título: "José Watanabe, poeta nikkei peruano", que modifico para su lectura integrada.) 

"Dicen que Hokusai compraba pájaros para liberarlos.
También Leonardo
pero midiéndoles el impulso y el rumbo."
                                                                                                      José Watanabe Varas

I. Introducción:

El haiku es, en términos formales, una composición poética compuesta por tres versos de cinco, siete y cinco unidades métricas, respectivamente. Ese primer acercamiento no basta, sin embargo, para asir otro elemento que integra el haiku y que, en general, puede rastrearse en toda la poesía oriental: su espíritu reflexivo, o bien: sugestivo, como bien lo explica aquí Pequeños Universos. 

La conmovedora obra del excelente poeta peruano José Watanabe, y esta es la tesis hoy, está edificada sobre ese mismo espíritu reflexivo, sugestivo, paradójicamente silencioso, que anima el haiku y la poesía oriental. Para dar muestra de esto recorreremos, primero, la presencia de composiciones poéticas con la forma precisa del haiku (tres versos de cinco, siete y cinco sílabas) dentro de la obra de Watanabe. En el siguiente apartado, Watanabe nos cuenta, a través de su poesía y una carta que tiene a una hija suya como destinataria, qué rasgos típicamente japonenes lo componen. Finalmente, transcribo diversos poemas de temática propiamente oriental, como un jardín japonés, un maestro de Kung Fu, o "Los Amantes" de Hokusai.

No espere el lector desprevenido, al ir a la obra de Watanabe, dar con un poeta oriental, desvinculado de su cotidianeidad peruana. El poeta, novelista y ensayista colombiano Darío Jaramillo Agudelo nos brinda una mirada abarcadora: “Universos poéticos de Watanabe. Enumero bajo el riesgo, que admito, de las omisiones: la geografía de su pueblo, la familia: la madre, el padre, los hermanos, las hermanas que circulan por estos versos como sus habitantes más propios. El cuerpo, el propio cuerpo, el cuerpo del amor, el cuerpo de la muerte. La partes del cuerpo, la cabeza, las manos, los ojos, las orejas, la boca, las partes dentro del cuerpo, como la sangre. Las funciones del cuerpo, la digestión, la deyección, la locomoción, la visión, la copulación. El yo y el cuerpo, el cuerpo de los otros.” (1) También los tres reinos de la naturaleza son nombrados: animales, ranitas, piedras, mundo vegetal. Arquitectura, caminos. El ejercicio de glosar escenas evangélicas, o tragedias griegas. Las huellas de Borges en unos poemas dedicados al mito de Asterión. Hasta la poesía en sí misma es considerada.
 
José Watanabe se instala, además, dentro de una tradición hispánica de poesía contemplativa, que tiene cimas en Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, y sobre todo en la tercera etapa poética de Vicente Aleixandre. Nutridos por su entorno inmediato, son también poemas ricos en elementos latinoamericanos. Tal vez sea correcto decir que une, entonces, dos mundos, el hispanoamericano y el oriental. Aquí perseguimos un rastro ancestral, una “vocación de silencio” que tiene su reflejo en la palabra austera, un refrenamiento que conduce al “tono sin sobresaltos” de la maravillosa obra poética de José Watanabe (2).

En Laredo(Perú), el niño sentado es Watanabe

Además de sobresaliente poeta, José Watanabe fue director artístico y escenógrafo, guionista de cine (Maruja en el infierno -1983-, La ciudad y los perros -1985- y Alias, la Gringa -1994-) y televisión, y poeta. Sabemos, también, que estudió arquitectura, y que sentía devoción por la pintura. Su primer poemario, Álbum de familia (Premio joven del Perú), data de 1971, lo cual le valió quedar dentro de la generación del 70’. Esto no lo define sin embargo: su “otro realismo” poético, el de las cosas cotidianas, su rigurosa transparencia en el lenguaje, muestra un universo auténtico, único, que difícilmente cabe dentro de ese mote. Esperó 18 años para volver a publicar, hasta 1989, año en el que apareció El huso de la palabra. En 1994 edita Historia Natural y en 1999 Cosas del cuerpo. Del año 2000 es la brillante versión libre de la tragedia Antígona, de Sófocles. Su libro subsiguiente, Habitó entre nosotros, del año 2002, que mencionáramos junto a “Razón de las parábolas”, aparece dedicado a la memoria de su padre. En 2005 por primera vez Pre-Textos publica un libro suyo, La piedra alada, al que le seguirá el último libro editado en vida por el autor, Banderas detrás de la Niebla, de 2006. José Watanabe falleció en abril de 2007, y al año siguiente Pre-Textos reunió su obra en Poesía completa, con poemas inéditos al final de la edición, entre ellos, un breve guión escrito en clave poética. A continuación, su rastro más oriental. 

II. Espíritu de Haiku  

El haiku, en general, encuentra al poeta de cara a la naturaleza, y utiliza comúnmente breves narraciones o parábolas. El mismo Watanabe nos dice qué es una parábola en un poema de Habitó entre nosotros, poemario de la vida y muerte de Jesús de Nazaret:

Razón de las parábolas 

La Palabra
siendo como es, divina, se pronuncia
con lengua de hombres,
lengua efímera pero tocada
por una gracia: la parábola
aquella pequeña historia
que guarda una serena ansia: ser de todos.
(…)
Olvidé otra ansia de la parábola:
durar. Recordadas sean por siempre
todas
porque todas son una, La Palabra,
que por ahora soy yo.” (3)

En su búsqueda de lo universal, el espíritu de haiku es “realidad esencial anterior al lenguaje (…) por eso su forma es generalmente un sintagma nominal sumamente breve, y si incluye algún verbo, éste aparece desposeído de flexiones temporales y personales. La forma lingüística original del haiku en japonés aún permite expresar la no dualidad entre sujeto y objeto. La experiencia del haiku es total y absoluta, aquí y ahora. No soy “yo” el que se asombra de la belleza de la luna, y después plasmo “mi” asombro en un poema.” (4)

La poesía de Watanabe es otro caso, o el mismo transfigurado. Muchos de sus poemas no son formalmente un haiku, pero tienen espíritu de haiku.
 
Harumi, las piernas cruzadas, con amigos en Japón
El padre de Watanabe, Don Harumi (5), fue un inmigrante japonés en el Perú del siglo pasado, que trajo libros en su valija, y que traducía a un José Watanabe niño (“sin ninguna intención educativa” como decía el propio José) poemas de Basho entre “pleito de pollos y patos de corral”. Watanabe padre trabajó, en un principio, cortando caña de azúcar, y luego en el campo donde conoció a la serrana “Señora Coneja” (6),  madre del poeta. José nació en Laredo, Trujillo, en 1946. “Mis cinco hermanos mayores, una vez terminada la escuela primaria, se incorporaron a la mano de obra de la hacienda. Pero un día mi padre compró un huachito de la lotería de Lima y Callao, y se sacó un premio. Gracias a eso me envió a estudiar al Colegio Nacional San Juan de Trujillo, el colegio en que enseñó César Vallejo, quien tuvo allí como alumno a Ciro Alegría”. (7)
 
Para Darío Jaramillo Agudelo, nuevamente arrojando luz, la poesía de Watanabe es predominante descriptiva, “deliberadamente visual”. Pero más que una mirada del mundo, damos con un estado contemplativo: “La parca precisión de Watanabe, la fidelidad del verbo con la contemplación, el laconismo del poeta que escribe solamente las palabras que necesita para contarnos la fisura de la realidad que sólo él ha visto, para decirla sin dramatismo (…), sin desbordarse nunca.” (8) Así, Watanabe mantiene un “tono sin sobresaltos [en el que] parece conversando, a veces, con él mismo, con nadie más, tan sólo susurro íntimo. No hay estridencia, no hay excesos”. (9) Así es poesía “austera, directa, precisa”. (10)

Volviendo a la relación entre haiku y Watanabe, o mejor, al espíritu de haiku en la obra de Watanabe, dice Jaramillo Agudelo: “Acaso ese estado contemplativo, esa austeridad de quien sólo usa del lenguaje las precisas palabras, acaso todo eso (más su conocimiento de la materia añadido a su ascendencia paterna del Japón), acaso todo eso, digo, conducen a asociar a Watanabe con el haiku. Con mucha frecuencia la palabra haiku aparece cuando se habla de José Watanabe. Vale la pena aclarar que en este poeta la presencia del haiku es más bien virtual. Watanabe no es un autor de haikus pero sí está inmerso en su espíritu.” (11)

Formalmente hablando, sólo hay dos haikus en la obra de Watanabe. Al final de “Imitación de Matsuo Basho” (12), tras cuatro párrafos de prosa poética José Watanabe escribe:

“A veces pienso en cabalgar nuevamente hasta esa posada para colgar en su puerta estos versos:

En la cima del risco
retozan el cabrío y su cabra.
Abajo, el abismo.

El segundo, en “Casa joven con dos muertos” (13), José Watanabe cita un haiku de Morikate:

Cae un pétalo de la flor
y de nuevo sube a la rama.
Ah, es una mariposa. 

Otros poemas de Watanabe, si bien no son haikus, en su espíritu y brevedad resultan muy similares a ese tipo de composición poética, algo así como un haiku en verso libre, si esto fuera posible. Voy a poner dos poemas suyos, ambos de su libro Banderas detrás de la niebla, como ejemplos. El primero (14) lleva por título, justamente, el nombre de quien es considerado el mayor poeta de haikus de la historia:

Basho 

El estanque antiguo,
ninguna rana.
El poeta escribe con su bastón en la superficie.
Hace cuatro siglos que tiembla el agua.

El otro ejemplo (15), tal vez el poema más citado de Watanabe, propio de esa línea poética suya que afronta con naturalidad tanto al destino final del cuerpo como al cuerpo vivo en sí (16), es aún más breve que un haiku:

Orgasmo

¿Me dejará la muerte
gritar
como ahora?

Viendo estos “haikus en verso libre”, creados originalmente en castellano, confirmo que no tiene sentido forzar las traducciones de haikus a tres versos con cinco, siete y cinco sílabas. Esto es lo que parece haber pensado el mismo Watanabe en Mi ojo tiene sus razones (17), en el que menciona un antiguo haiku saliéndose del corsé de la forma, con un segundo verso que es, en verdad, un octosílabo:

Entre la niebla
Toco el esfumado bote.
Luego me embarco.

De igual modo, el epígrafe de su libro Historia Natural es un haiku de Kobayashi Issa (18), que aparece traducido del japonés en tres versos de seis, ocho y cinco unidades métricas:

Regreso a mi pueblo:
todo lo que encuentro y toco
se vuelve zarza.

Como breve digresión, sobre el oficio de traducir haikus en sí, en una entrevista Watanabe afirma: “Al traducir el haiku a otra lengua, como el español, estamos pensando demasiado metafóricamente, no podemos evitar la metáfora. Hay hermosos poemas, pero no son haikus. Borges, por ejemplo, escribió haikus pero no los confundió con metáforas”. (17) A los haikus de Borges a los que hace referencia Watanabe los publicó Pequeños Universos aquí.

Volviendo a esto de tener espíritu de haiku, quisiera citar dos poemas, un haiku de Basho y un poema de Watanabe, ambos ante la experiencia de una tormenta eléctrica. Si bien el poema del peruano dista de ser un haiku, se me antoja encontrarlos espiritualmente similares:

Admirable aquél
que ante un relámpago
no dice: ¡la vida huye!

(Basho)

La Tormenta
  
En la cerrazón de la tormenta
sólo veía tus espaldas como sombra
en el centro de la pequeña canoa.
Sabía que te protegía de la lluvia
una vieja capucha azul.
El aburrido ruido del motor
no nos alejaba del inmenso hervidero
en que se había convertido el lago.
La tormenta
nos había puesto en la mano de un dios enfurecido.
Pero casi estábamos dichosos cuando un relámpago
iluminó los grandes árboles de la orilla del lago
y vimos ramas de oro y plata instantáneos.
Entonces volteaste y alargaste tu mano hacia mí:
también te dio miedo la súbita oferta de fulgurar
y desaparecer.

(José Watanabe) (20) 


III. Identidad Nikkei

En una carta que aparece en la referencia como escrita a su hija Issa, publicada bajo el título “Elogio del Refrenamiento” (21), Watanabe se interroga sobre la identidad Nikkei: “algo, o «alguito», de japonés hay en la composición de nuestra personalidad. Sin embargo, siempre me pregunto hasta qué punto esta herencia puede permitirnos hablar de una identidad de grupo. Hay ciertos elementos obvios que podrían convencernos de la existencia de esa identidad, desde nuestros rasgos físicos hasta la promocionada cocina nikkei. Nuestros rasgos, tiempo más, tiempo menos, terminarán como debe ser: disueltos en el paisaje mestizo de nuestro país. Y posiblemente la celebrada cocina, con su exotismo más, y otras prácticas similares se conviertan pronto en anécdota. ¿Qué hay de más profundo? ¿Qué herencia todavía está viva en nuestra subjetividad y determina nuestra conducta? ¬ me pregunto a veces, y confieso que siempre termino confundido, como debe ser ante tamañas preguntas.”

A José Watanabe le pasaba que, en ocasiones, notaba “con cierta claridad” ser descendiente de japonés: “sucede en situaciones críticas, y me sorprendo porque siento que algo profundo viene y cambia el rumbo de mis reacciones previsibles. Mi normal tendencia al desánimo, por ejemplo, se hace temple inusual. No es una petulante apelación al estereotipo de japonés imperturbable ante la adversidad; es una íntima presión que me señala una responsabilidad: sé como tu padre.” Una de esas situaciones críticas tuvo lugar en 1986, en un hospital de Alemania. Watanabe, ante un diagnótico grave, “con la infinita tentación de descomponerme y tirarme al piso a llorar”, sintió esa presión ancestral, y el refrenamiento le hizo ver su miedo como una impureza (22):

La impureza

Otra vez despiertas con el cuerpo poco, bien poco.
Otra vez tu vida oscila en el monitor cardíaco
pero más en tu miedo.
Ya no es la hipocondría. Ya te saltó el verdadero animalito.
Mas no patetices. Eres hijo de. No dramatices.
¡Mira que tu miedo es la única impureza en este cuarto ascéptico!
¿O nunca conseguiré ser hijo de?
El japonés
se acabó «picado por el cáncer más bravo que las águilas»,
sin dinero para morfina, pero con qué elegancia, escuchando
con qué elegancia
las notas
mesuradas primero y luego como mil precipitándose
del kotó
de La Hora Radial de la Colonia Japonesa.
(…)”

Esta impasibilidad ante la muerte es, para Watanabe, parte de la identidad Nikkei. “Esta conducta «elegante» (estoica, debí escribir) ante una situación límite compuso desde muy antiguo el modo de ser de nuestros padres. Ellos crecieron escuchando historias de samuráis que luego nos repitieron. Las enseñanzas implícitas en los argumentos casi siempre abundaban en la dignidad ante las situaciones extremas y, especialmente, ante la muerte. Abrevio aquí una de esas historias que mi padre contaba a la luz de un lamparín: dos samuráis acostumbraban combatir juntos para defenderse mutuamente las espaldas. Un día, uno de ellos fue flechado en un ojo por los arqueros del bando contrario. El herido se dejó caer cerca de un árbol mientras su compañero dejaba de combatir para auxiliarlo. Este intentó poner su zapatilla en el lado sano del rostro de su amigo para fijarlo y tirar de la flecha. El herido lo detuvo con sus últimas fuerzas, y le dijo: «Nadie, ni tú, mi honorable amigo, podrá poner su zapatilla en mi cara». Enseguida le pidió que lo ayudara a recostarse en el árbol para esperar, con majestad, la muerte.”

De esta manera, la reflexión de Watanabe sobre el ser Nikkei ingresa al territorio del Bushido, más precisamente, a la ética de una muerte digna reflejada en la correcta posición del cadáver. Para el poeta peruano el Bushido influyó, también, en la conducta de la sociedad civil japonesa, como lo reflejan su poesía y su dramaturgia. Del S. XVIII, por ejemplo, es la siguiente cita de Chikamatsu, que él refiere: «Cantar los versos con la voz preñada de lágrimas, no es mi estilo. Considero que el pathos es enteramente una cuestión de refrenamiento. Cuando todas las partes de un drama están controladas por el refrenamiento, el efecto es más conmovedor».

En el núcleo de su elogio al refrenamiento, José Watanabe escribe para su hija estas palabras centrales: “Creo que el refrenamiento, la contención, es el aspecto que más aprecié de mi padre, el que más me impresionaba. Mis hermanos y yo terminamos por controlar nuestras expansiones ante él. Nunca nos lo pidió, pero de alguna manera supimos que él siempre esperaba de nosotros un comportamiento más discreto, más recogido de maneras. Era una forma de represión, sí, pero no castrante, sino para estar más cerca del orden natural. La naturaleza, aún cuando es violenta, no hace aspavientos. Cuando somos aspaventosos estamos haciendo comentarios agregados e innecesarios a nuestros actos, que son naturales, todos.”

Este refrenamiento es una característica esencial de la obra de Watanabe, y tal vez también entonces parte del espíritu del haiku. Sólo por poner un ejemplo de refrenamiento en la obra de Watanabe, de su Bushido, quisiera incluir en este apartado el siguiente poema (23):

Última noticia

Esta es tu última noticia, cuerpo:
una radiografía de tus pulmones, brumas
inquietantes, manchas de musgo sobre la nieve sucia. 
La tierra espera que algún día
todos los órganos, como los perros, la husmeen
buscando la yerba benéfica. Tus pulmones,
entre hojas sedosas,
lucirán sanos y tersos como recién nacidos
y concertarán con un joven buey
el ritmo amplio de tu respiración. Al fondo
habrá un cielo luminoso y ninguna sombra,
sobre todo ninguna sombra aciaga. 


IV. Tres poemas orientales

Si alguien intentara una antología de poemas orientales escritos originalmente en castellano no debería omitir los tres poemas de José Watanabe que transcribo a continuación. Lo hago en último término, además, para que vayan siendo del propio Watanabe las palabras finales de esta entrada en su nombre, su recuerdo, su homenaje. 

 El Maestro de Kung Fu

Un cuerpo viejo pero trabajado para la pelea
madruga y danza
frente a los arenales de Barranco.

Se mueve como dibujando
una rúbrica antigua, con esa gracia, y
sin embargo, está hiriendo, buscando el punto
de muerte
de su enemigo, el aire no, un invisible
de mil años.

Su enemigo ataca con movimientos de animales
agresivos
y el maestro los replica
en su carne: tigre, águila o serpiente van sucediéndose
en la infinita coreografía
de evitamientos y desplantes.

Ninguno vence nunca, ni él ni él,
y mañana volverán a enfrentarse.
-Usted ha supuesto que yo creo a mi adversario
cuando danzo- me dice el maestro.
Y niega, muy chino, y sólo dice: – él me hace danzar a mí
.  (4)



Jardín Japonés

La piedra
entre la blanca arena rastrillada
no fue traída por la violenta naturaleza.
Fue escogida por el espíritu
de un hombre callado
y colocada,
no en el centro del jardín,
sino desplazada hacia el Este
también por su espíritu. 
No más alta que tu rodilla,
la piedra te pide silencio. Hay tanto ruido
de palabras gesticulantes y arrogantes
que pugnan por representar
sin majestad
las equivocaciones del mundo. 
Tú mira la piedra y aprende: ella
con humildad y discreción,
en la luz flotante de la tarde,
representa
una montaña. (25)



(A José Watanabe, ya lo hemos dicho, le gustaba la pintura. En su obra poética son mencionados Magritte, Modigliani, Chagall, Goya y Edward Munch, además de Ansel Adams y George Segal, que también eran artistas gráficos. En su último libro, Watanabe incluyó el siguiente poema sobre un grabado erótico de Hokusai) 

Los amantes

Abundantes ropas envuelven a los amantes,
sólo un hombro o un muslo están desnudos como pulpas
de luz
y los sexos en su quieta fiereza.
 Si el acoplamiento es inmóvil, las sedas de las ropas
no dejan de ondular. Las telas,
delicadamente estampadas
con menudas flores de una primavera geométrica,
se deslizan por toda la esterilla, avanzando
y acumulándose en pliegues breves y rápidos. 
Si la luz de la carne es blanca,
las sedas fluyen como un río de varia coloración, un río
que se desprende del cuerpo de los amantes
que, cerrados al mundo, ignoran
cómo se agitan esas pequeñas flores rojas. (26)



José Watanabe, 1946-2007
 

Notas:

(1) Jaramillo Agudelo, Darío. “Prólogo”. En José Watanabe. Poesía Completa. Valencia: Editorial Pre-Textos, 2008, –en adelante: JW-PC), p. 21.
(2) Las palabras entrecomilladas también en Jaramillo Agudello, Darío. “Prólogo”. JW-PC, pp. 9 y l4 respectivamente.
(3) “Razón de las parábolas”, del libro Habitó entre nosotros. Conf. JW-PC., p. 311.
(4) Francisco F. Villalba, “Introducción”. En Matsuo Basho. Haiku de las cuatro estaciones. Madrid: Miraguano Ed., 1983, p. VIII. Unos párrafos antes el mismo autor nos dice:  “Lo más importante en el haiku no es lo que se dice sino lo que no dice. Por eso el haiku no nos comunica nada a nivel simbólico sino que más bien despierta en nosotros una consciencia trans-simbólica, imposible de definir. En el haiku no hay comunicación conceptual, ya que no pretende comunicarnos un mensaje simbólico. (…) Pero la fuerza del haiku no reside solamente en lo que no dice, sino en la intensa relación que mantiene lo dicho con lo no-dicho, lo expresado con lo no-expresado, lo visible con lo invisible.”
(5) El apodo aparece en “Este olor, su otro”, del libro Historia Natural: “El perejil anunciaba a mi padre, Don Harumi, / esperando su sopa frugal. / Gracias de este país: / un japonés que no perdonaba / ¡la ausencia en la mesa de ese secreto local de cocina!” (JW-PC., p. 162.)
(6) Este otro apodo aparece en “Responso ante el cadáver de mi madre”, del libro Banderas detrás de la niebla, JW-PC., p. 393. Señora Coneja tuvo once hijos.
(7) Todos los comillados de este párrafo por José Watanabe. Entrevista. Fuente: http://www.caretas.com.pe/2000/1619/articulos/nikeis.phtml
(8) Jaramillo Agudelo, Darío. “Prólogo.” JW-PC., pp. 10 y 12.
(9) Jaramillo Agudelo, op. cit., p. 14
(10) Jaramillo Agudelo, op. cit., p. 16
(11) Jaramillo Agudelo, op. cit., p. 14. Las negritas son mías.
(12) “Imitación de Matsuo Basho” apareció en El huso de la palabra, JW-PC., p. 64
(13) “Casa joven con dos muertos” apareció en Historia Natural, JW-PC., p. 168
(14) “Basho” apareció en Banderas detrás de la niebla, JW-PC., p. 413.
(15) “Orgasmo” Apareció en Banderas detrás de la niebla, JW-PC., p. 400.
(16) Conf., Jaramillo Agudello, Darío, “Prólogo”, JW-PC., p. 17.
(17) “Mis ojo tiene sus razones” apareció en El huso de la palabra, JW-PC., p. 59
(18) Epígrafe, en Historia Natural, PC, p. 123. Este haiku es retomado en El cauce vacío: “En verano, / según ley de aguas, el río Vichanzao no viene a los cañaverales. / (…) / Aquí en el cause queda fluyendo una brisa, un río / invisible / (…) / Supuse más dolor. En el regreso todo se convierte en zarza, / dijo Issa. / Pero yo camino extrañamente aliviado, / ni herido ni culposo, / por el cauce en cuyas altas paredes asoman raíces de sauces / (…)”
(20) “La Tormenta” apareció en Banderas detrás de la niebla, JW-PC., p. 409.
(21) José Watanabe, “Elogio del Refrenamiento”, Qué Hacer, 1999, edición en el marco del centenario de la inmigración japonesa al Perú. http://www.discovernikkei.org/en/nikkeialbum/items/2179/  El “Elogio del refrenamiento” al que hacemos referencia es un artículo que, en forma de carta, dedicó José Watanabe a su hija, Issa Watanabe.
(22) “La impureza” apareció en El huso de la palabra, JW-PC., p. 112
(23) “Última noticia” apareció en El huso de la palabra, JW-PC., p. 406
(24) “El Maestro de Kung Fu” apareció en Cosas del cuerpo, JW-PC., p. 210
(25) “Jardín Japonés” apareció en La piedra alada, JW-PC., p. 345
(26) “Los amantes. (Grabado erótico de Hokusai)” apareció en Banderas detrás de la niebla, JW-PC., p. 431.

2 comentarios:

  1. gracias por compartir esto Fran, te seguiré leyendo...

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  2. Lo máximo, muy bien trabajado y buena info que no encontraba sobre Watanabe.

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