Hasegawa Tohaku (1539-1610)

lunes, 15 de octubre de 2012

Los sapos de Eugenio Montejo



"Las familias poéticas no siempre coinciden
con las fronteras geográficas."
(Eugenio Montejo)


Eugenio Montejo, diplomático, ensayista y poeta venezolano, nació en Caracas un 19 de octubre de 1938. Cumpliría, por estos días, 74 años, y en su homenaje en este bosque croan sus sapos. Cumpliría los años, pero el cáncer no le dejó llegar a los 70. Montejo murió el 5 de junio de 2008, y con él se fue, y esto no dicho sólo por mí, una de las mayores voces poéticas del siglo XX.

En la entrada anterior nos visitó la poesía oriental del poeta peruano José Watanabe, 10 años menor que Montejo, y que muriera un año antes que el venezolano. Ambos poetas, Watanabe y Montejo, para algunos de la generación latinoamericana del "medio siglo" (1), puede que pertenezcan a una misma familia poética. Ambos parecen haber recorrido las mismas huellas, las de Rubén Darío, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, y la que trazó la generación española del 27 (Luis Cernuda, Vicente Aleixandre, Federico García Lorca, entre otros poetas de esa maravillosa generación).

Montejo no creía en la geografía de la poesía, sino en el peso de la época, en un tiempo común de los poetas. En una entrevista Montejo afirma: "Es una idea de Yeats, que decía que uno pertenece más a un tiempo que a su país. Uno sintoniza más con sus contemporáneos que con sus paisanos o con sus coetáneos. Yo tengo menos que ver con un venezolano del siglo pasado que con alguien de otro país pero con las preocupaciones de hoy. Las familias poéticas no siempre coinciden con las fronteras geográficas."

Así describía Montejo a su familia poética: "Digamos que yo trabajo en la tradición de la lengua (concisión, síntesis verbal). En esa línea que partiendo de Manrique atraviesa Quevedo y Fray Luis, y llega a Vallejo. Además, trato de sintonizar la entonación americana como la percibo en Carlos Pellicer, Eliseo Diego o Álvaro Mutis. Y en la poesía brasileña. Ahora que se habla tanto de Cernuda, nosotros leímos a la generación del 27 en paralelo con la del 22 en Brasil: Drumond de Andrade, Casiano Ricardo, Cecilia Meireles."

Así, al igual que Watanabe, alejado de experimentalismos vanguardistas, con una tácita reivindicación clasicista, sus libros de poesía: Élegos (1968), Muerte y memoria (1972), Algunas palabras (1976), Terredad (1978), Trópico absoluto (1982). Una selección de estos cinco libros más el poemario de 1986 que dio título al volumen están recogidos en la antología Alfabeto del mundo (Fondo de Cultura Económica, México, 1988, reeditada y ampliada en 2005 por Pre-Textos). De 1997 data su libro de poemas Adiós al siglo XX (Renacimiento). En 1999 publicó en Pre-Textos (¿el mejor catálogo en lengua española?, no tengo dudas) Partitura de la Cigarra, en 2002 Papiros amorosos y en 2006 su último libro, Fabula del escriba, al que pertenecen los poemas de Montejo que aquí transcribimos.

Su obra es "una constante celebración de la existencia en fusión con la naturaleza, de ahí esa idea de terredad, título de uno de sus libros clave, ese intento, no siempre fácil, de utilización de los pájaros, las piedras, los árboles, como sustancia misma de las palabras, del lenguaje, de crear así un alfabeto del mundo, denominación de otro de sus libros." (4) Y como parte de ese entorno natural recreado por la lengua, "verdadera piel del hombre", Montejo le canta a los sapos. Con su croar lo recordamos, le oímos cantar en este bosque de pinos.




EL SOL EN TODO


Notas preliminares:
el primer sapo es Caracas, el calor caribe, la fruta podrida, lugar para detalles como: “el rencor de los malos matrimonios”, “el color sin color de la miseria”. Para Montejo además, Caracas no era “un lugar sino un sentimiento”. En “Caracas en el azul de enero”, la ciudad es el escenario para el recuerdo de sus padres fallecidos: y en torno al ruido remoto de un tranvía / donde mis padres paseaban una tarde. / Los dos a bordo en un viaje sin horas / sobre los rieles paralelos del paisaje / allá lejos, fuera del tiempo y del espacio .(6) Caracas, capital de un “país caluroso”: donde la rosa tiene forma de sapo / y es un cúmulo de pétalos que croan / con su cáliz carnívoro al acecho (7).

El trópico y sus horas de calor,
el sol sobre las cosas día tras día,
y el rencor de los malos matrimonios.
Se oye un sapo a la sombra en todo esto
que no se ve porque no hay sombra,
sino luz recta y piedras refractarias.
El calor de las horas emerge con su lava
de pantanos volcánicos.
Hay silbatos de barcos en el polvo sin puerto,
un salobre espejismo sin espumas,
el acre aroma de frutas descompuestas
y el color sin color de la miseria.

- ¿Qué más, qué menos, cuál sopor no dicho,
cuál nieve inalcanzable en densos copos
cayendo siempre como blancos sapos,
en las noches más tórridas y amargas?
... Y cuanto no se tuvo ni ha de tenerse nunca,
lo que perdimos antes de este mundo,
el calor con su tedio y su postedio
y la tierra que gira para otros
y tanto sol en todo, hasta de noche,
y el rencor de los malos matrimonios.

 


MÁSCARAS DE ORFEO

Notas preliminares: el segundo sapo es cósmico y tiene ascendencia griega. En Fábula del Escriba son varias las apariciones helénicas: el homérico Ulises (8), el historiador Tucídides (9), el filósofo Heráclito (10) y el Logos, asociado eso sí al padre de Montejo y a Toth, dios egipcio de la sabiduría (11). Aquí el mito es Orfeo, de Tracia, “el poeta y músico más famoso de todos los tiempos. Apolo le regaló una lira y las Musas le enseñaron a tocarla de tal modo que no sólo encantaba a las fieras, sino que además hacía que los árboles y las rocas se movieran de sus lugares para seguir el sonido de su música.” El ir de una vida a la otra del poema que transcribimos, guarda relación con los descensos audaces de Orfeo al Tártaro, con la esperanza de recuperar a Eurídice la primera vez: “a su llegada, no sólo encantó al barquero Caronte, el perro Cerbero y los tres Jueces de los Muertos con su música melancólica, sino que además suspendió por el momento las torturas de los condenados”. Adorador de Apolo, el sol, Padre de Todos, al que saludaba todas las mañanas, Orfeo públicamente manifestó “lo pernicioso que era el homicidio en los sacrificios” dionisíacos. Las promiscuas Ménades de Deyo, a encargo de Dionisio, mataron y desmembraron a Orfeo. “Las Musas, llorando, recogieron sus miembros y los enterraron (…) donde hoy día los ruiseñores cantan más armoniosamente que en ninguna otra parte del mundo.” La Lira de Orfeo, tras nadar a la deriva, fue guardada en un templo de Apolo, “por cuya intercesión y la de las Musas fue colocada en el cielo como una constelación” (12)

Quizá me vuelva Orfeo después de tanto,
al cabo de los siglos y milenios
y mil metamorfosis.
El mismo bardo y mago que fue y vino
de esta vida a la otra, tantas veces,
por tenebrosos laberintos.

Quizá me vuelva Orfeo alguna tarde
y al cielo abierto encarne su destino,
el que propaga el canto de la tierra,
aunque su lira duerma bajo el agua,
ya náufraga en el fondo
y para siempre inalcanzable.

Quizá me vuelva Orfeo definitivo,
inconfundible con cualquiera de mis máscaras:
de gallo, pájaro o cigarra,
aunque prefiera ahora la de sapo
frente a la oscuridad y su pantano,
un sapo cósmico que engulle estrellas muy distantes.
El que aprendió su jazz en el infierno,
el cantor trágico de Tracia,
este que croa aquí debajo de los astros
y chapotea a gusto en agua y lodo
y afina y desafina mezclando el tiempo y el espacio. 

 
“APUNTES DE JORGE SILVESTRE”

Notas preliminares. Los dos sapos que finalizan esta entrada dedicada a la poesía y la memoria de Eugenio Montejo, aparecen debajo de la leyenda “Apuntes de Jorge Silvestre”. Como Pessoa y más como Machado, como los colombianos de la generación del “medio siglo” Darío Jaramillo Agudelo y Jaime Jaramillo Escobar, Montejo muchas veces utilizó heterónimos. Publicó poesía infantil con el seudónimo de Eduardo Polo, pretendió reformar la lengua castellana a través de la figura extravagante de Blas Coll (El cuaderno de Blas Coll; Pre-Textos, 2007), y así a través de estos y otros heterónimos (Tomás Linden, Lino Cervantes, Sergio Sandoval y Jorge Silvestre), a partir de estas máscaras, el poeta incluyó en su obra aquello que un Montejo a nombre propio hubiese apartado, o simplemente no hubiese escrito nunca. A continuación un sapo que es comido por una culebra, por los “colmillos internos”, ¿la enfermedad que lo roía? Y en el poema que le sigue otro sapo que se recuerda, a sí mismo, la importancia de la gratitud ante la vida.


SAPOS DE UN VERSO A OTRO
(Fragmentos)

(…)

Ya llegó de su noche la culebra,
la bífida Parca.
Ya el sapo se llena del aire que puede,
está inflando su cuerpo, aterrado,
inflándose al máximo ahora,
a ver si se salva.

Ya los colmillos internos le punzan la piel
y le sacan el aire,
ya cabe en las fauces.

El sapo tragado que cantan en el fondo sin fondo
donde lo guarda la culebra,
el sapo que canta sin canto,
con un son de veneno en su oscuro palacio.

(…)

Para sí mismo nunca croa el sapo,
si fuese por él se callaría.

No ha salido a pulir la luna de esta noche
ni a contemplarse en el reflejo de su brillo,
jamás fue tan narciso.

Canta, si es canto su insistencia,
cuando no puede más, cuando el enigma
se vuelve canto ante sus ojos
y la noche le pesa demasiado.
Canta contra la luna y su fulgor carnívoro
que le sorbe la sangre
y lo vuelve más fláccido.
Pero no trata nunca de escucharse
ni se detiene a ponderar sus tonos,
jamás fue tan narciso.

(…)

¿De qué pantano es este sapo?
¿De dónde llega ahora y aquí enfrente
se rasura la barba?
¿Y en qué lugar lo he visto un día
con su paso tenaz, salto tras salto,
hasta asumir aquí mi propio rostro
para mirarme?

¿De qué pantano de mí mismo
en este instante se aparece
con su mirada sin culpa, pero culpable,
con esos ojos de vieja miopía
que han perdido las gafas?

No tiene yo ni tú ni él,
no tiene nombre ni pronombre,
sólo la gramática del charco,
pero sigue detrás del azogue, mirándome,
hasta hacerse la misma pregunta
con iguales palabras:
-¿De qué pantano es este sapo,
que al otro lado de mi espejo
se rasura la barba?






 
A UN SAPO MUY DESAFINADO
(Al modo de Tomás Linden)

Más oído al croar, sapo, en tu charca
y, si puedes, finura,
que aunque el pantano crezca no autoriza
ni licencias tonales ni atonales.

También el azulejo allá en lo alto
del árbol y los aires,
abatir puede su armonía
y silbar oro falso.

Sin embargo, no cede... Y con las alas
hastiadas ya de vuelo y con el hambre
que trajo este verano,
en loor de la tierra dice el sueño
de su especie en un canto.

Más limpidez, batracio: un son armónico
que con tu sombra salte.
Y, sobre todo, gratitud
en cada uno de tus actos:
- por esta luz, a las estrellas,
y por la vida y sus enigmas,
al Gran Todo, que no es visible nunca,
ni se parece a nada.



 Eugenio Montejo
(1938 - 2008)


Notas:

(1)  Javier Lostalé. Publicado en ABC el sábado 7 de junio de 2008, p. 65, en http://www.pre-textos.com/detallenoticia.asp?id=32  [Consulta: 14 octubre 2012]
(2) Entrevista, en: http://elpais.com/diario/2002/06/22/babelia/1024703430_850215.html [Consulta: 14 octubre 2012]
(3) Ibidem.
(4) Javier Lostále. Conf. Nota 1
(5) Conf. “Atención a la vida”, en Montejo, Eugenio. Fábula del escriba. Pre-Textos: Valencia, 2006, p. 25.
(6) Montejo, Eugenio. op. cit, p. 21.
(7) Conf. “Hablo y deshablo”, en Montejo, op. cit., p. 31
(8) Conf. “Fábula del escriba”, en Montejo, op. cit., p. 18.
(9) Conf. “La lluvia afuera”, en Montejo, op. cit., p. 24
 (10) Conf. “Los mirlos en Berlín”, en Montejo, op. cit., p. 37
(11) Conf. “Pavana Filial”, en Montejo, op. cit., p. 51
(12) Todas las citas relativas a Orfeo en Graves, Robert. Los mitos griegos. Madrid: Alianza, 1998, T. 1, 28, pp. 135-137.


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