Hasegawa Tohaku (1539-1610)

miércoles, 21 de septiembre de 2011

"Pagliacci" de Leoncavallo, «uno squarcio di vita»



Ruggero Leoncavallo hacia 1892, época en que compuso Pagliacci

Con una sobresaliente interpretación del tenor dramático Martín Muehle en el rol de Pagliaccio, Buenos Aires Lírica presentó el pasado sábado la última función de las dos óperas veristas Suor Angelica, de Giacomo Puccini, y Pagliacci, de Ruggero Leoncavallo, que conjuntamente se representaron en el Teatro Avenida de la Ciudad de Buenos Aires.

En este blog ya tuvimos la oportunidad de dedicarnos al maestro Giacomo Puccini, así que vamos a dejar a su Suor Angelica, por hoy, a un lado, para así centrarnos en la persona de Ruggero Leoncavallo, autor de Pagliacci, a veces mal escrita I Pagliacci, que vi el domingo en el Teatro Avenida con la interpretación, no sé si lo dije, sobresaliente de un tenor brasileño, Martín Muehle, quien llenó cada recoveco del teatro con su enorme voz dramática.

En 1890 Pedro Mascagni, hasta ese momento un compositor joven y desconocido, ganó el concurso que en Milán organizaba la casa editora Sonzogno con su ópera Cavalleria rusticana. Ya hemos dicho aquí que ese mismo concurso lo perdió Le Villi de Puccini, y extraíamos de esta experiencia el no desanimarnos con los concursos. En cambio, Cavalleria rusticana constituyó un hito: luego de vencer en el certamen se alzó con un éxito y una fama inusitadas entre el público, que le propinó prontas presentaciones en toda Europa. La obra de Mascagni se alzaba así como la joya más rutilante dentro de una nueva generación de compositores italianos, la así llamada Giovane Scuola, luego conocidos como veristas. Dos años después, en 1892, Leoncavallo presentó Pagliaccio (así se llamó originalmente la obra) en el mismo concurso de la casa editora musical Sonzogno, para correr la exacta suerte que tuvo Mascagni: ser recordado por una sola y primera ópera, un triunfo inicial que ya nunca repetiría.


Leoncavallo en una ilustración que lo muestra como Pagliaccio

Ruggero Leoncavallo nació y murió en Italia. Era napolitano, hijo de juez y de ahijada de Donizetti. Antes de alcanzar el resonante triunfo universal que significó Pagliacci, la vida de Leoncavallo no carece de anécdotas. Desde niño mostró cualidades para la música, ingresando al conservatorio a los ocho años, interés que continuó de manera autodidacta luego. Fue abogado y finalizada la carrera, tomó estudios literarios con Giosue Carducci. Luego viajó con un tío suyo a Egipto. Parece que el pariente tenía buenas relaciones porque Leoncavallo acabó ocupando la plaza de Maestro de Cámara del hermano del virrey, Mahmud Hamid. Cuando los ingleses invadieron Egipto, en 1882, el virrey tuvo la pretensión de nombrar a Leoncavallo jefe de la banda militar del ejército egipcio con lo que este napolitano, poco decidido a ocupar un lugar tan distinguido al frente de unas tropas que iban al matadero de seguro, puso pies en polvorosa y huyó abandonando ilegalmente el país en un buque francés que lo dejó en Marsella.

En París, dio clases de piano, compuso canciones ligeras para espectáculos teatrales y se las arregló tocando en lugares, sobreviviendo como se dice. Tuvo entonces la buena fortuna de conocer al célebre barítono Víctor Maurel, que venía de triunfar como Yago en el Otello de Verdi y estrenaría Falstaff en la Scala de Milán en 1893, y este le recomendó al editor Giulio Ricordi, quien le ofreció un estipendio mensual durante un año para que pusiera a punto la primera ópera de una trilogía que Leoncavallo, fiel a su admirado y siempre extenso Wagner, había ideado sobre el Renacimiento italiano, y cuyo primer título, que sería finalmente estrenado sin éxito en 1893, fue I Medici.

Sin embargo, mientras preparaba esta ambiciosa obra, saltó a la fama la ópera de Mascagni tras el concurso organizado, como veíamos, por Sonzogno, principal competidora de Ricordi y que aspiraba a una parcela de influencia mayor en el mundo operístico italiano. Por el éxito de Cavallería Rusticana, Leoncavallo escribió Pagliacci con repentino impulso creador, y en mitad de ese otro proyecto con la casa Ricordi.

Para escribir una ópera breve, como era requisito del concurso, Leoncavallo echó mano de sus recuerdos de adolescencia. A los quince años había vivido de modo indirecto un parricidio ocurrido en un oscuro pueblo calabrés, caso en el que su padre, que era juez, había dictado sentencia. El homicidio había ocurrido durante un presentación teatral en la que un actor había matado, preso de los celos, a su esposa infiel. No necesitaba de libretista, hay quienes creen incluso que Leoncavallo fue uno de los mejores libretistas de su época, y se abocó a la tarea de dramatizar un asesinato dentro de una compañía de artistas, un entramado atractivo para cualquier narración del que Ruggero Leoncavallo, de indudables cualidades literarias, logró exprimir una multiplicidad de elementos que vuelven muy efectiva su ópera.



Musical y teatralmente, Leoncovallo apostó a la corriente realista que había comenzado a delinearse desde Rigoletto y La traviata, y que Verdi acababa de reafirmar con Otello, o reafirmaba mejor dicho el éxito de Otello, una obra donde los personajes vivían sus sentimientos extremos en situaciones incontrolables, realismo que tenía en Giacosa y Verga exponentes en el teatro "hablado", y que había colaborado en el triunfo de Mascagni. Tan es así que Pagliacci, en forma de prólogo, tiene una especie de "manifiesto verista". Según su prosa, cuanto vemos en escena no es más que "uno squarcio di vita", un trozo de vida.

Y utilizó para acentuar su idea el mismo recurso de Calderón de la Barca en El gran teatro del mundo: el teatro dentro del teatro. A esto suma Leoncavallo una idea musical, que repite para hacer del verismo vanguardia y ruptura: la música de la ficción dentro de la ficción es dieciochesca, rococó, lo más alejado a la naturaleza real de las cosas que propone el compositor cuando los artistas bajan de la escena dentro de la escena, y viven sus pasiones directa, fulmíneamente. Y en medio de esa doble escena, colocó un asesinato. Y a todo esto, el siguiente condimento: Leoncavallo construyó su aria más famosa, "Vesti la giubba", sobra la idea básica y efectiva del contraste entre la risa externa del payaso, y su profunda tristeza interior, como se dice que le sucede a más de un humorista que uno ni se lo imaginaría. Y sobre todo esto, por si faltaba algo, celos:

Vesti la giubba / Ponte el jubón (especie de chaqueta ajustada)
e la faccia infarina / y enharínate la cara
La gente paga / paga la gente
e rider vuole qua / y quiere reirse aquí.
E se Arlecchin / Y si Arlequín
t'invola Colombina / te quita a Colombina
ridi, Pagliaccio, / ¡ríe, Payaso,
e ognun applaudirá" / y todos aplaudirán!
Tramuta in lazzi / Convierte en bromas
lo spasmo ed il pianto / los espasmos y el llanto
in una smorfia il singhiozzo / en una mueca el sollozo
e'l dolor- Ah! / y el dolor... ¡Ah!
Ridi, Pagliaccio, / Ríe, Payaso,
sul tuo amore infranto. / sobre tu amor destrozado.
Ridi del duol che / Ríete del dolor que
t'avvelena il cor / te envenena el corazón.



Autocaricatura de Caruso en el rol de Canio

Aunque Pagliaccio no ganó el concurso, Sonzogno dispuso su presentación en el Teatro dal Verme de Milán, el 21 de mayo de 1892, bajo la dirección de Arturo Toscanini. El papel de Tonio lo interpretó el mencionado Maurel, y es en honor a él que Leoncavallo, para el estreno, cambia el título, que en vez de ser Pagliaccio, singular del italiano, terminará siendo su plural, Pagliacci.


Toscanini, primer director de Pagliacci


La casa Sonzogno tenía el siguiente dilema: Cavalleria rusticana no alcanzaba a cubrir el tiempo de una representación completa. Desde 1892, Eduardo Sonzogno encontró la solución: tampoco Pagliacci cubría el mínimo de duración, pero el acople de los dos títulos sí. Así comenzó la historia del binomio Cavalleria / Pagliacci, aunque en ocasiones aparecen combinadas con otras óperas breves, como alguna del Tríttico de Puccini, precisamente.

La ópera fue un éxito inmediato. En ese mismo año de 1892 se presentó en Viena y Berlín, en 1893 en Londres, Nueva York, Dublin, Estocolmo, México y Moscú, y así año tras año nuevos destinos. Sorprendentemente, en París recién fue presentada en 1902. En Buenos Aires, Pagliacci se presentó por primera vez el 20 de junio de 1893, en el Teatro de la Ópera. En el Colón se presentó recién en 1908, con Titta Ruffo (en la foto a la derecha) en el papel de Tonio. El famoso barítono Ruffo volvió a cantar como Tonio en el Colón, además de en su estreno, en cinco oportunidades más: 1909, 1910, 1916 y 1926.



Quien no se alegró demasiado de este éxito de Leoncavallo, y de Sonzogno sobre todo, parece que fue Giulio Ricordi: para ver Pagliacci en la Scala de Milán hubo que esperar hasta 1926. Que fue algo de tipo personal parece corroborarlo que jamás se presentó allí La Boheme de Leoncavallo, mientras que Zazá fue presentada en 1940, cuarenta años después de ser escrita.

Como contrapartida, Pagliaccio fue el personaje más querido de Enrico Caruso. Las muchas representaciones que hizo este afamado tenor tienen que haber contribuido a la fama vigente de esta ópera. En el Teatro Colón, el "Gran Caruso" interpretó a Canio en 1915 y 1917, en la primera de estas fechas junto a Tito Ruffa justamente.


Para finalizar este paseo por otras épocas, un dato que extraigo del libro de Fraccarolli que ya reseñáramos en la entrada dedicada a Puccini. Entre las obras de Leoncavallo hay, como veíamos, una Boheme. Es probable que, en un principio, ni Puccini ni Leoncavallo supieran que uno y otro trabajaban sobre la obra de Mürger, pero sí sabemos que, en un punto, se enteraron. Según Fraka, sucedió así:

"En una friolenta noche de otoño de ese año de 1893, Giacomo Puccini y Ruggero Leoncavallo se encontraron en la pequeña Galería De Cristoforis, que estaba al lado de la iglesia de San Carlos. Debido al éxito logrado con su Manon, Puccini se había colocado en primera fila entre los jóvenes compositores y, desde hacía un año, Leoncavallo se había impuesto asimismo con la triunfal afirmación de Pagliacci.

"Los dos maestros tenían la misma edad y eran amigos. No se veían desde hacía algún tiempo. Después de afectuosos saludos se sentaron ante una mesa en la cervecería Trenk, cerca de allí, y comenzaron a conversar animadamente. Naturalmente lo hacían sobre óperas y sobre música.

"-¿Estás trabajando?
"- Y tú, ¿tienes un buen libro?
"Puccini confió, expansivo:
"- Claro que sí, estaba buscando un argumento que me llegara al corazón. Lo he encontrado. Es muy hermoso, ¿sabes? Bello de veras. Estoy muy contento.
"- ¿De qué género es?
"- Estoy haciendo el libreto de una novela francesa. La Vie de Boheme de Mürger.
"Leoncavallo saltó de su silla, aullando:
"-¡Pero es el mismo argumento que tengo yo!
"Puccini, aún más agitado que Leoncavallo, no sabía qué decir.

"Para asegurarse la prioridad, Leoncavallo se precipitó a la cercana redacción del periódico "Il Secolo", que entonces pertenía al editor musical Eduardo Sonzogno e hizo publicar la primera noticia sobre su Boheme. Puccini, a su vez, y tran consejo de su editor Ricordi, hizo publicar en el "Corriere de la Sera" que ya estaba componiendo la música de una ópera nueva: La Boheme. Los dos anuncios sucitaron una inesperada sorpresa en el ambiente teatral. ¿Estaban por nacer dos gemelas?" (1)

Puccini llegaría primero a la meta, estrenando La Boheme en el Teatro Regio de Turín en 1896. Un año después estrenaría Leoncavallo su musicalización de la obra de Mürger. Para el mismo Puccini haber llegado antes a tablas fue decisivo: cuando el público escuchó la obra de Leoncavallo, solía decir, ya se había apasionado con los personajes de la otra Boheme. También creía que La Boheme de Leoncavallo era muy feliz en los primeros dos actos, y muy triste en los últimos dos, y que este contraste no había sido una buena decisión. Pero todo esto ya es parte de otra historia, aquí quería mencionar, solamente, este episodio que demuestra cómo, más allá de la competencia entre Puccini y Leoncavallo, fue la rivalidad de Ricordi y Sonzogno lo que se encontraba detrás de ese duelo de artistas.




Ruggero Leoncavallo
(1858-1919)

Notas:
(1) Arnaldo Fraccaroli. Giacomo Puccini se confía y cuenta. Buenos Aires: Ricordi Sudamericana, 1958, pp. 102-103.

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