Hasegawa Tohaku (1539-1610)

lunes, 18 de octubre de 2010

Los amigos inmerecidos: Luis Peralta Ramos

Conocí a Luis Peralta Ramos gracias a periódicas reuniones en las que tuve la buena fortuna de ir haciéndome su amigo. Quiero comenzar a honrar, aquí y ahora, el corazón bondadoso de este amigo inmerecido.




La noticia de su inesperada muerte tuvo lugar en agosto de 2009. Por afecto y sentido de Juticia con la obra de este buen escritor, quienes conocimos a Luis hemos querido comenzar a difundir lo suyo que tenemos a mano. Nos dejó muy poco, no sabemos qué hacía con sus papeles. A Luis, evidentemete, no le importaba mucho publicar, pero silenciosamente nuestro amigo escribía y escribía, se encargaba de hacer, más que hablar, y hacer, como diría el poeta, es vivir más. 



 

Dos amigas de Luis Peralta Ramos, Aitana Alberti (la hija de Rafael) e Irma Emiliozzi, en La Habana y en Buenos Aires respectivamente, presentaron, en estos días, su libro Historias, paisajes y nostalgia en Baladas y canciones del Paraná de Rafael Alberti, que aquí con autorización de Aitana e Irma reseñamos. Las imágenes de Luis fueron cedidas por una hermana suya, María Calsyn, a quien asimismo agradezco. En palabras de Irma: "formamos eslabones de una misma cadena o familia, por vocación o destino, felizmente".

Editado por el Centro Cultural Dulce María Loynaz de La Habana, Cuba, el libro se presentó primero en la primavera (cubana) de 2010, en ese centro cultural que dirige Aitana. Ella es la autora de la dedicatoria "a lo Rafael" en la edición que le regaló a Irma. 

La edición contiene ilustraciones de Rafael Alberti tomadas de la "Balada de la bicicleta con alas" (Manugrafiada por el autor; Strenna per gli amici, di Paolo Franci, 300 ejemplares fuera de comercio, Milán 1968) y tres paisajes en tinta china de la Quinta del Mayor Loco, 1953.)
El 12 de agosto de 2010, en la Sociedad Argentina de Escritores de Buenos Aires, Irma Emiliozzi realizó un homenaje a
Rafael Alberti y María Teresa León con motivo de cumplirse 70 Años de su llegada a Buenos Aires. Y la oportunidad sirvó para presentar aquí este libro de Luis Peralta Ramos. 

Irma nos recuerda que "Rafael y María Teresa (no María Teresa y Rafael, porque así lo hubiera preferido ella misma) llegaron a Buenos Aires hace 70 años, iniciando un largo exilio que duró nada menos que 23 calendarios. Llegaron el 2 de marzo de 1940, a bordo del Mendoza que había zarpado de Marsella: iban rumbo a Chile, pero aquí los detuvieron los amigos y las oportunidades laborales. Y partieron hacia Roma el 28 de mayo de 1963. Fueron 23 años rioplatenses en los que refundaron su familia, con la llegada de Aitana, y luego con el arribo de Gonzalo de Sebastián, el hijo mayor de María Teresa. Y años en los que consolidaron algunas amistades antiguas- no olvidemos que ya estaban aquí otros exiliados, Gori Muñoz y Maricarmen, Manuel Ángeles Ortiz, etc, y otros conocidos argentinos-, a la par que forjaron nuevas y duraderas relaciones de vida y de trabajo." 

Para una síntesis de los 23 años de los Alberti León en nuestro suelo, Irma Emiliozzi realiza un recorrido por las casas que habitaron, "y que dejaron honda huella en sus obras". De Buenos Aires, la casa de "la calle Las Heras 3783, 'la calle sombreada por los árboles más hermosos del mundo' como escribió María Teresa, que fue la primera 'casa' de los Alberti en Buenos Aires, la del encantador jardín, con rosas y estrellas federales, donde Rafael regresa a la pintura; y la última, el departamento del noveno piso de Pueyrredón y Azcuénaga, con la vista- la proa- ya decididamente enfilada al río o a la otra orilla." Entre los más significativos paisajes, Emiliozzi destaca: "El Totoral, en las estribaciones de Córdoba, el primer gran refugio de los Alberti, aún indocumentados, propiedad de los Aráoz Alfaro, con la compañía entrañable de las hermanas María Carmen Portela y Margot Portela Parker. Enfrente, Punta del Este y La gallarda, construida por Antonio Bonet, que aún hoy se conserva intacta – y que bien recordará Annette Ugalde-; cerca de Buenos Aires, y en Castelar o en el Parque Leloir para ser más precisos, nada menos que La arboleda perdida, que frecuentaron los Rotzait, los Rapoport, los Ferrari, los Dujovne, etc."

Para acercarnos al libro de Luis Peralta Ramos, Irma Emiliozzi deja para el final la famosa Quinta del Mayor Loco, sobre las barrancas del Paraná, entre Baradero y San Pedro, donde los Alberti pasaron más de un verano de vacaciones- al menos 1953 y 1954-, y donde Rafael escribió uno de sus mejores libros, Baladas y canciones del Paraná, y María Teresa, Doña Jimena Díaz de Vivar, gran señora de todos los deberes." Esa casa, como todas las casas de los Alberti, mantuvo las puertas abiertas a sus amigos, entre ellos, a los Peralta Ramos. Y para introducirnos en la significancia literaria de la Quinta del Mayor Loco, Irma cita, primeramente, de María Teresa León, su Memoria de la melancolía:

[…] ¡Un día encontramos un río. Ese río inmóvil e incansable fue nuestro paisaje. Unos cariñosos amigos nos habían prestado su casa. La llamaba la gente la Quinta del Mayor Loco. Todo lo que la rodeaba, el barranco, los naranjales, los huertos, tenía una atracción misteriosa. Nos pegamos, conmovidos, a aquel paisaje tan nuevo. Alguien nos contó que el Mayor Loco, antiguo dueño, había sido Mayor del ejército argentino y que el loco no era él, sino su mujer. La mujer dormía ahí, exactamente donde ustedes duermen, pero el Mayor había tapiado el balconcito. Sí, señora, la dejó sin luz y ella gritaba, gritaba, pero él no la oía porque siempre andaba de caza. Un día la mujer se murió y el Mayor siguió cazando, sin oír a la gente, preguntando a los campesinos que se encontraba: ¿Dónde quiere que ponga la bala? Y mataba exactamente el pobre pájaro que le era indicado. Un día alguien vino a buscarlo, dejó la casa, se fue y no volvió. Nadie se atrevió a acercarse a la casa. Tiene ánimas, decían. Comenzaron a caerse las tejas. Nuestros amigos compraron el campo. Tiene ánimas, seguían diciendo.

La cita engarza perfectamente en el poema “Balada de la sombra del mayor loco”, el segundo poema de Baladas y canciones del Paraná de Rafael Alberti:

Por aquí soñó la sombra
del Mayor.

Era nocturna la sombra
del Mayor.

Con una espada mataba
las serpientes el Mayor.

Y por dos veces su esposa
quiso matar al Mayor.

Un rifle secreto un día
de viento inventó el Mayor.

Otro, la puerta que daba
al campo tapió el Mayor.

Y otro, desaparecía,
sombra en el viento, el Mayor.



Antes de pasar a las "páginas cautivantes" de Luis, y para presentar a ese amigo suyo entre los Alberti, Irma Emiliozzi da lectura de algunos fragmentos de “Luis Peralta Ramos: la adolescencia recobrada”, palabras con las que Aitana Alberti presentó en La Habana el libro que reseñamos:


Éramos unos niños que comenzaban apenas a descubrir el mundo. Ese mundo iniciático, asombroso, fascinante y a veces aterrador, cuyas fronteras se confunden con las del capullo que, cuando somos afortunados, la familia teje diligente a nuestro alrededor, precisamente para hacernos más llevadera la transición hacia el gran enigma de la vida adulta o, simplemente, de la vida.

Luis Peralta Ramos, "el Viejo", para usar un calificativo caro al arte universal, que como buen descendiente de hidalgos hispanos llamó como él a su primer hijo varón, fue uno de los mejores amigos de los Alberti en Buenos Aires, desde finales de los años 40 hasta nuestro traslado a Roma, en 1963. Alto, delgado, de nariz prominen­te, sonrisa cautivadora, porte elegante, conversador, cultísimo, llegó a ser padre de diez hijos...; una especie de encantador condotiero a la porteña. Para completar la estampa, Luis Peralta Ramos fue hom­bre adinerado, riqueza que gastaba a manos llenas en satisfacer su sed de conocimiento y de belleza. Tal refinamiento intelectual lo llevó a poseer una de las bibliotecas personales más importantes de Buenos Aires. En la época de larga amistad con los Alberti León, su piso, asomado al parque de Palermo, muy cercano a nuestra casa de la calle Las Heras, reflejaba la más absoluta contemporaneidad en el refinado mobiliario, mezcla de los mejores diseños de grandes arquitectos de vanguardia y de algunas escasas piezas antiguas, muy hermosas, sabiamente incorporadas al conjunto. Metros y metros de paredes aparecían cubiertos del suelo al techo con anaqueles de acero; puertas de cristal protegían incunables y todo tipo de edicio­nes únicas y raras.[…]


Allí me encontraba casi siempre con los hijos de su primer matrimonio, que vivían con su madre, Raquel Palomeque, en el barrio de Belgrano. Yo me hice muy amiga de Raquelita, la mayor, mi coetánea, pues Luis —¡sólo un año menor!— así como los tres que le seguían de cerca, María, Teresa y Carlitos, me parecían unos críos aún, y los nacidos del matrimonio con su segunda esposa, Morochita, lo eran realmente.


Cuando papá cumplió cincuenta años, Luis Peralta Ramos le hizo un regalo espléndido y singular a tal edad: una hermosa bicicle­ta morada. La "Balada de la bicicleta con alas" testimonia lo que significó para él, en la mitad de la vida, aquella veloz "Margarita bicorne de los prados. Cabra feliz de las pendientes". "Yo sé que tiene alas. /Que por las noches sueña / en alta voz la brisa / de plata de sus ruedas..."



Luis, "el Joven", andaba aún con pantalones cortos, como todos los que entonces apenas rebasaban los diez años de edad. En los inicios de la adolescencia, mi amistad con Raquelita se hizo más profunda si cabe durante el verano que pasó con nosotros en la finca que los Muñoz Azpiri nos prestaron cerca del poblado de San Pedro, provincia de Buenos Aires, sobre el río Paraná. Los dos Luises, padre e hijo, y Morochita, nos visitaron en esos días. Nunca imaginé que andando el tiempo, ese muchacho flaco de pelo lacio y palabra escasa iba a volver a la quinta del Mayor Loco […] tras las huellas de un poeta andaluz que había dejado consignado en un libro de poemas […] todo cuanto había visto, vivido y soñado en las barrancas de uno de los ríos más largos y caudalosos de América. […] Baladas y canciones del Paraná sería el libro de la pérdida de la patria, y a un tiempo, un canto a la naturaleza de la tierra que lo había acogido tan generosamente.[…]

Así llegamos a Historias, paisajes y nostalgia en Baladas y canciones del Paraná de Rafael Alberti, de Luis Peralta Ramos, el hombre que a la izquierda nos mira desde un sendero sobre el que ha caído la nieve. Irma Emiliozzi comienza entonces a leerlo, citando de un capítulo que lleva el nombre “El amigo de mi padre” estas líneas suyas:


No recuerdo exactamente cuando se conocieron. Debe haber sido unos años después de que Rafael y María Teresa llegaran al puerto de Buenos Aires, huyendo de la inminente caída de Francia en poder de los nazis. […] a poco de instalarse en Bue­nos Aires, mi padre entró en contacto con ellos y se hicieron grandes amigos. Hasta el día de 1963 cuando la familia Alberti salió para Roma.


La ciudad era otra a principios de los 40. Conservaba su presti­gio de faro cultural de América Latina, la que alojó en su seno a muchas de las personalidades más brillantes del mundo literario. El teatro Colón era la tercera sala de música del mundo, después de la Opera de París y la Scala de Milán. Los grandes intérpretes se presentaban en ella como ante uno de los públicos más exigentes del mundo. Había más tiempo que ahora y se aplicaba a mejores intereses. Los porteños se habían ganado con justicia el título de cultos y universales, las tertulias del café Tortoni eran memorables, y la vanguardia artística europea había despertado la curiosidad de los espíritus abiertos. La Argentina opulenta empezaba a mostrar cambios inevitables pero su vida intelectual era rica e intensa. Mu­cho de eso ha cambiado.

Más allá de las coincidencias espirituales —mi padre era un humanista enamorado de la literatura española de todos los tiem­pos— surgió entre Rafael Alberti y él una coincidencia personal profunda, una amistad entrañable. Yo me beneficié de esa amistad, que como casi todas las cosas heredadas, fue un regalo inmerecido. Aitana se hizo amiga de Raquelita, mi hermana mayor; los Alberti fueron una presencia de entre casa y cada una de sus visitas signi­ficaba para mí una verdadera fiesta. Refiero todo esto para que se entienda cómo, siendo un muchacho insustancial, fui a dar a ese rincón de San Pedro que ahora me empeño en rescatar del olvido.
 
En 1952, cuando Rafael iba a cumplir cincuenta años, mi padre le preguntó que quería de regalo. La repuesta fue: una bicicleta, Había querido ser pintor antes que poeta, y conservaba su primera vocación intacta. De manera que cuando podía, se escapaba a la costanera a retratar las luces, los reflejos, las velas que surcaban el río que parece el mar. Para eso quería una bicicleta. Para cargar en el pequeño portaequipajes una caja con su paleta y sus colores, e irse pedaleando hasta la orilla del Río de la Plata.

Un día del mes de diciembre, mi padre depositó en la puerta de la casa de la calle Las Heras, que entonces era mucho más linda y tenía un boulevard con grandes árboles en el medio, una bicicleta morada, de manubrio y rayos cromados, para el amigo que cumplía su primer medio siglo de vida.


En retribución Rafael dedicó a mis hermanas la conmovedora "Balada de la bicicleta con alas", que dice: "A mis cincuenta años justos tengo una bicicleta... […]


Contraportada de Historias, paisajes y nostalgia en
Baladas y canciones del Paraná de Rafael Alberti



Para no ponernos demasiado nostálgicos (entre el público hay amigos de Luis y familiares suyos) Irma Emiliozzi lee a continuación algunos de los momentos más placenteros de estos recuerdos, del título La alegría de vivir, con su epígrafe:


Y sin embargo, ¡qué alegre,
qué alegre y feliz ha sido
-y volverá a ser- mi canto!


Una botella de jerez Fino Coquinero, una lata de angulas. Tesoros traídos de España por un alma generosa, están ahí sobre la mesa de madera. Por las ventanas entra el último res­plandor del crepúsculo sudamericano. Comemos. Comemos restos fríos de un lechón que ha asado el negro Carril al mediodía, una tortilla de "patatas" preparada por María Teresa. De postre, los duraznos enormes y jugosos de las plantaciones vecinas.


Rafael se apoltrona en un sillón y enciende su pipa. Está con­tento. El aroma voluptuoso inunda la primera planta de la casa del Mayor Loco, esa que es muy alta para planta baja y demasiado baja para primer piso, la que hace las veces de comedor, sala y escrito­rio. El humo perfumado roza los libros de la biblioteca entre los que hay un volumen de poesía dedicado por el amigo que no está, Fede­rico García Lorca.


Rafael está contento. Cuenta cosas ciertas o inventadas, re­cuerda, miente con gracia. […]


Rafael miente sabiendo que los que escuchamos somos cons­cientes de su fabulación. Y nosotros, tanto adultos como jóvenes, nos deleitamos con la gracia del narrador por cuyas venas corre exuberante la sangre andaluza mezclada con la otra, la sangre mediterránea de sus abuelos italianos. […]


E1 viento trae mugidos y el poeta recuerda las dehesas, los toros bravos, los encierros de Pamplona. Repite, una vez más, la historia del borracho que quiso poner a prueba su arrojo y al mirar atrás en plena carrera, los efluvios alcohólicos le hicieron ver dos toros que lo perseguían. Perdida la compostura miró hacia adelante y vio dos balcones. Su vida dependía de la decisión que estaba a punto de tomar.

- Qué pasó entonces? - es preguntado.

- ¡Pues me colgué del balcón que no era y me cogió el toro que era!

La noche calurosa ha avanzado y las ranas cantan en el baña­do. Es una buena señal, a lo mejor llueve. La sequía de este verano en San Pedro se prolonga demasiado. Las anécdotas de Rafael toman otro rumbo.


Recuerda los últimos días de la resistencia de Madrid, cuando para mantener la moral de los sitiados se representaban obras de teatro bajo el bombardeo del ejército enemigo. No pierde el humor y asegura que ha sentido más miedo al cruzar la Avenida del Liberta­dor en Buenos Aires que durante toda la guerra civil española.


Risueño, recuerda cuando Federico García Lorca y Acario Cotapos divertían a sus amigos escenificando un simulacro de con­fesión. Federico interpretaba al penitente que arrodillado hacía rela­ción de sus culpas. Cotapos, el confesor, inquiría implacable:

-"Pero dime, hijo, hubo tocamiento? Hubo tocamiento...?"


Es imposible no evocar los grandes ausentes: Pedro Salinas, Antonio Machado, Miguel Hernández. Recita de memoria las estrofas apasionadas de sus poemas políticos, publicados por la im­prenta del 5° Regimiento en los finales desesperados de la lucha fratricida. "El Duque de Alba", "Gil Crucificado".


Mis doce años lo escuchan absortos, mi imaginación se puebla de imágenes heroicas. Los cuadros inmortales rescatados del Mu­seo del Prado para que no sufran los daños de la guerra. Una gene­ración gloriosa inmolada o condenada al exilio.


Se ha hecho tarde. Los jóvenes debemos irnos a dormir. Maña­na cruzaré a nado el Baradero porque quiero conocer la orilla del Paraná.

Rafael y mi padre se quedan abajo hablando de pintura.

 

Algunas contribuciones de la obra de nuestro amigo Luis Peralta Ramos: "la fidelidad de Baladas y canciones del Paraná a la irrealidad del paisaje, al crimen que efectivamente se cometió en la cocina de la Casa del Mayor Loco, la misma identidad del Mayor Loco, finalmente un general del ejército dado de baja por 'neurastenia'. Todo lo que parecía parte de la prodigiosa imaginación de Rafael era, en gran medida, resultado de historias verdaderas, de paisajes y situaciones que vivieron los Alberti León junto a los lugareños y a sus amigos."

Por último, oimos el poema “Balada de la bicicleta con alas” dedicado a Raquel, Carlos y María Peralta Ramos, hermanos de Luis. El poema forma parte de Baladas y canciones del Paraná, "el libro en que el poeta español rinde uno de sus más conmovedores homenajes a la nueva tierra y a sus nuevos amigos":

Yo sé que tiene alas.
Que por las noches sueña
en alta voz la brisa
de plata de sus ruedas.

Yo sé que tiene alas.
Que canta cuando vuela
dormida, abriendo al sueño
una celeste senda.

Yo sé que tiene alas.
Que volando me lleva
por prados que no acaban
y mares que no empiezan.

Yo sé que tiene alas.
Que el día que ella quiera,
los cielos de la ida
ya nunca tendrán vuelta.


Luis Peralta Ramos viajó varias veces a San Pedro, revisó archivos municipales, y hasta conversó con “Los testigos de los veranos felices”, algunos de los vecinos de la Quinta que aún están y hasta recuerdan a los Alberti. En el libro ellos aclaran o completan las historias del lugar. En cierta oportunidad lo acompañó un fotógrafo, pues el proyecto original incluía una publicación con imágenes. Ese fotógrafo estaba en la presentación del libro, y no había renunciado a finalizar ese proyecto. Las fotos llevaban versos de Rafael Alberti seleccionados por Luis sirviendo de epígrafe. Ojalá algún día lo tengamos completo.


Luis Peralta Ramos, el de las fotos, el muchachito insustancial de pantalones cortos, amante de la pesca (esa fue, según él mismo decía, su época más feliz), testigo privilegiado de los Alberti León por la amistad entre Rafael y su padre, quien nunca supo por qué Rafael había omitido dedicarle a él también la "Balada de la Bicicleta con Alas", y quien consideraba amigos inmerecidos a las amistades de su padre.




Luis Peralta Ramos
27.07.1942 - 08.08.2009.



1 comentario:

  1. me gustaría mucho leer "Historias, paisajes y nostalgias en Baladas y canciones del Paraná". Donde podría comprarlo?

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