Hasegawa Tohaku (1539-1610)

miércoles, 13 de octubre de 2010

¿Final feliz, todo bueno?

Por el prisma de los medios de comunicación vimos a una mina derrumbarse, y a mineros quedar atrapados, vivos y enterrados, esperando su rescate. Setenta días a setecientos metros, treinta y tres sujetos esperaron, mientras en la superficie un grupo de técnicos fueron contratados por políticos que especularon.

Por supuesto que yo quería que salieran vivos, pero no podía no indignarme porque su salvación fuera un rédito para ese empresario que hoy dirige a los chilenos. Al día de hoy, varios empresarios se han volcado a la política. Triste futuro le espera a la Tierra si no recapacitamos. Platón fue claro cuando dijo que los comerciantes no debían ser políticos, fue preciso y lo suficientemente contundente, y aún así no le hicimos caso.

La televisión nos mostraba a los familiares en la superficie, y por pequeñas cámaras a los trasnochados en la roca fría con los ojos alucinados del infrarrojo. Y entretanto, los políticos urdían estrategias de campaña (porque los políticos viven en campaña, ¿lo notaron?), y se mostraban angustiados pero eficientes, preparándose para un rescate que sería transmitido en directo en varios países de Occidente.

La imagen es de Piñera, a quien no tengo el gusto de conocer pero de quien sé que presidió durante años a una empresa con políticas antisindicales, LAN Chile (ahora también en Ecuador, Perú y Argentina), y cuyos capitales se ligan con el grupo empresario que también posee Jumbo, Easy, Fallabela, entre otras grandes empresas de la derecha chilena. La imagen, decía, es de Piñera, tiene casco y masca chicle, con movimientos estudiados y con el gesto enjuto adopta deliberadamente una actitud de trabajo, de pie junto a la cápsula con tecnología de la NASA y la bandera chilena ondeando encima, la cápsula que en breve traerá a la superficie a los treinta y tres mineros que estuvieron setenta días a setecientos metros de profundidad. Y así será todo el tiempo, junto a la cápsula los técnicos y a la derecha en vivo y en directo la imagen de Piñera, mascando chicle bajo el casco blanco, cruzado de brazos o hablando con los técnicos como si estuviera midiendo, analizando variables, con inconfundible actitud de trabajo y con borceguíes terrosos en los pies, con la actitud de quien es ahí el jefe, el que manda, y entretanto, un pie suyo apoyado sobre el borde más elevado del orificio por el que descenderá la cápsula, y no cualquier bota, es precisamente la derecha la que pone sobre el agujero tubular por el que irán apareciendo los mineros en breves instantes.

Y me puse a escarbar qué era toda esa indignación, todo ese asco a Piñera, qué me pasaba en relación a esta cuestión de esos treinta y tres enterrados y el final feliz respecto del cual tenía sentimientos ambiguos. Comencé relacionando la cuestión con las primeras clases de responsabilidad penal de la facultad de Derecho: ¿qué se debería imputar, lo que se hace o lo que pasa? ¿Importa la acción o las consecuencias causales de la acción? ¿Importa haber disparado o que el disparo dé efectivamente en el blanco? En otras palabras, ¿importa el disvalor de acción o el disvalor de resultado? Si hemos de pensar que la norma penal busca, principalmente, disuadir al autor de un delito, su mandato ("no matarás", por ejemplo) sólo puede tener un efecto disuasorio hasta el momento de la tentativa acabada, que podría definirse como "el último instante en que el autor puede tomar aún una decisión de acción". (1) Dentro del iter criminis de cada caso penal, la norma puede actuar motivando la conducta en contrario mientras el autor tenga bajo su égida de poder la decisión de evitar el daño al bien jurídico protegido. Cuando el autor ha hecho tanto que no puede echarse atrás, cuando ha desatado el riesgo y ya no puede influir sobre el suceso, ya no queda nada para imputar porque la norma penal ya no tiene nada que disuadir. La relación entre norma y autor ha concluido.

Esta relación entre tentativa en el sentido de liberación de riesgos, norma y autor también puede traspolarse a las omisiones. En los delitos cometidos por omisión deben considerarse los riesgos existentes al momento (continuo) de omitir (o ir omitiendo).

El sistema político tiene implícita una teoría de la responsabilidad, que se evidencia en los votos del electorado, pensé luego. Los electores (con información perfecta) incluirían en su análisis al ir a sufragar tanto las acciones como las omisiones de los políticos. Sobre esta base apliqué las ideas de imputación penal a la situación del rescate de los mineros y la figura del mandón de la derecha, para poder así explicarme por qué la figura de Piñera me resultaba tan repulsiva.

El imputado, claro está, es Piñera, y la norma "proteger a los ciudadanos del país del cual se es presidente". Tal norma debe considerarse en aplicación desde el día en que se asume el cargo, e incluye obviamente al trabajador minero. Esa norma es independiente de la responsabilidad que le corresponde al sector empresarial.

El análisis prosigue de la siguiente manera: desde el instante en que asumió el cargo (o incluso antes, en su campaña) a la fecha del derrumbe, ¿qué acciones concretas había tomado (o dijo que iba a tomar) el Sr. Piñera en materia de minería?

Sin dudas, debió echar un vistazo al mapa minero de Chile, que constituye el 70% de su mercado interno, necesario para un país que compra gran parte de sus alimentos afuera. Muy probablemente lo tenía visto desde antes de asumir la presidencia. En cualquier caso, desde que asumió la presidencia, ¿cuántes veces pensó el Sr. Piñera en la integridad de los trabajadores mineros? Lo que sigue es obviamente mi prejuicio, pero no puedo evitar pensar en la siguiente respuesta: ninguna.

Piñera sólo pensó en los mineros después del derrumbe y sólo donde miraron las cámaras. Es por factores que no son atribuíbles a Piñera que esos tipos están vivos. Todo lo que él hizo es comportamiento posterior al hecho. Frente al delito consumado (todos los riesgos habían sido liberados respecto de ese derrumbe), más que una persona con sabiduría, Piñera demuestra únicamente ser lo suficientemente astuto como para sacar rédito de una deuda histórica de Chile, e indirectamente correr del eje al sector empresarial de rostro siempre anónimo porque la imagen continua es de Piñera, la derecha sobre el orificio por el que saldrán en instantes los trabajadores de la minería, un sector laboral de la patria chilena históricamente olvidado, y da bronca porque aunque el mandato "cuidarás a los mineros" no disuadió (en este caso, instó) a Piñera mientras tuvo tiempo de cuidar debidamente del bien jurídico protegido, será este jefecito el que se llevará los votos del rescate eficiente mientras masca chicle debajo del casco blanco y la bandera que ondea sobre la cápsula. Cuando sale el primero de los mineros, y éste lo reconoce, Piñera lo abraza. Sonríe mientras paternalmente lo abraza. Tiene cal en el rostro. Su mejor amigo ha de ser su asesor de imagen.

Esta es mi única evidencia: cuando haya terminado el rescate, al día siguiente nomás, fallecerá en otra mina otro trabajador minero; serán, con esta otra víctima de la política que sostuvo, sostiene y sostendrá Piñera, treinta y tres los mineros muertos en Chile en lo que va del 2010. Por eso da bronca el "final feliz, todo bueno", porque encierra un análisis primitivo según el cual el salvamento borra mágicamente la crueldad del empresario al poder, porque un resultado azaroso cambia la dirección de la imputación política y el circo son votos para el autor (por omisión) de otras masacres silenciosas. Si se salvan, gana el malo, ese es el dilema. Este cambio positivo en la imagen del actual presidente chileno es a la política lo que en la justicia sería dejar libre a quien tiene que estar preso.

¡Color de sangre minera

tiene el oro del patrón!

La cita es de Don Atahualpa Yupanqui. La emoción corre mientras escribo y se me viene su canción. Él sí sabía de la pena del minero, pienso. Transcribo entera la poesía suya que contiene esos versos. Quedan así rodeados de otras grandes verdades de este viejo amigo, artista en el sufrimiento del pobre.


Las preguntitas

Un día yo pregunté:
¿Abuelo, dónde esta Dios?
Mi abuelo se puso triste,
y nada me respondió.

Mi abuelo murió en los campos,
sin rezo ni confesión.
Y lo enterraron los indios
flauta de caña y tambor.

Al tiempo yo pregunté:
¿Padre, qué sabes de Dios?
Mi padre se puso serio
y nada me respondió.

Mi padre murió en la mina
sin doctor ni protección.
¡Color de sangre minera
tiene el oro del patrón!

Mi hermano vive en los montes
y no conoce una flor.
Sudor, malaria y serpiente
es la vida del leñador.

Y que naide le pregunte
si sabe dénde está Dios:
Por su casa no ha pasado
tan importante señor.

Yo canto por los caminos,
y cuando estoy en prisión,
oigo las voces del pueblo
que canta mejor que yo.

Hay un asunto en la tierra
más importante que Dios
y es que naide escupa sangre
pa’ que otro viva mejor.

¿Qué Dios vela por los pobres?
Tal vez sí, y tal vez no.
Pero es seguro que almuerza
en la mesa del patrón.



Atahualpa Yupanqui
1908-1992

Notas

(1) Sancinetti, Marcelo A. Ilícito Personal y participación. Buenos Aires: Ad-Hoc, 1997, p. 23.

1 comentario:

  1. Si se salvan gana el malo, ese es el dilema.
    Este es el acierto, si se salvan gana el malo.

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