Sirio es el nombre de una constelación con forma canina, la "estrella perro", como la llama Graves en sus Mitos griegos. También es el título de la novela de Olaf Stapledon, Sirio, protagonizada por un perro sometido a experimentos que habla, reflexiona e interactúa como cualquier ser humano, y que se llama así, Sirio.
Sirio fue también el único nombre que el poeta Vicente Aleixandre dio a sus tres perros: Sirio I, Sirio II y Sirio III.
Las mascotas de los escritores suelen ser destinatarias de poemas, de cuentos o de libros enteros. A cada uno de estos tres canes homónimos que acompañaron a un mismo hombre, un poeta distinto le dedicó un poema: a Sirio I le escribió el mismo Aleixandre: A mi perro; a Sirio II le escribó un poema Claudio Rodríguez, Perro de Poeta; y a Sirio III Carlos Bousoño le dedicó el poema Perro Ladrador, que a continuación compartimos.
En "Retratos con nombre" Vicente Aleixandre publica este poema a su perro:
A MI PERRO (1)
Oh, sí, lo sé, buen Sirio, cuando me miras con tus grandes ojos [profundos.
Yo bajo a donde tú estás, o asciendo a donde tú estás
y en tu reino me mezclo contigo, buen Sirio, buen perro mío, y me [salvo contigo.
Aquí en tu reino de serenidad y silencio, donde la voz humana [nunca se oye,
converso en el oscurecer y entro profundamente en tu mediodía.
Tú me has conducido a tu habitación, donde existe el tiempo que [nunca se pone.
Un presente continuo preside nuestro diálogo, en el que el hablar [es el tuyo tan sólo.
Yo callo y mudo te contemplo, y me yergo y te miro. Oh, cuán [profundos ojos conocedores.
Pero no puedo dicerte nada, aunqué tu me comprendes... Oh, yo [te escucho.
Allí oigo tu ronco decir y saber desde el mismo centro infinito de [tu presente.
Tus largas orejas suavísimas, tu cuerpo de soberanía y de fuerza,
tu ruda pezuña peluda que toca la materia del mundo,
el arco de tu aparición y esos hondos ojos apaciguados
donde la Creación jamás irrumpió con una sorpresa.
Allí, en tu cueva, en tu averno donde todo es cénit, te entendí, [aunque no pude hablarte.
Todo era fiesta en mi corazón, que saltaba en tu derredor, [mientras tú eras tu mirar entendiéndome.
Desde mi sucederse y mi consumirse te veo, un instante parado a [tu vera,
pretendiendo quedarme y reconocerme.
Pero yo pasé, transcurrí y tú, oh gran perro mío, persistes.
Residido en tu luz, inmóvil en tu seguridad, no pudiste más que [entenderme.
Y yo salí de tu cueva y descendí a mi alvéolo viajador y, al volver [la cabeza, en la linde
vi, no sé, algo como unos ojos misericordes.
Vicente Aleixandre (sentado) junto a Julio Maruri, en el jardín de Velintonia 3, Madrid. Los acompaña Sirio. Por el hábito de Maruri, quien ingresó a la Órden del Carmelo en 1950-1951, deducimos de la foto que post-data esos años.
En Aleixandre se cumplía la ley de Proust: "el que no es bueno, no puede tener talento." (2) Vicente Aleixandre, de bondad expansiva, sumó a su genio un natural generoso y protector. Pertenecía a la, así llamada, Generación del 27' española (Federico García Lorca, Luis Cernuda, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Rafael Alberti, Dámaso Alonso, Manuel Altolaguirre, entre otros), pero no se limitó a trabar amistad con sus contemporáneos. Tan es así que la figura de Aleixandre destaca, nada menos que en el "Siglo de Plata" de la literatura española, como la de quien escucha, alienta, nuclea y publica a jóvenes poetas de sucesivas generaciones literarias (36', 40', 50', 70'). Una función vital para los demás, y también para él mismo: Aleixandre, de salud enfermiza, al rodearse de poetas más jóvenes se informaba sobre las nuevas corrientes y estilos.
Claudio Rodríguez es, probablemente, el mejor poeta de la Generación del 50' española. Como tantos otros poetas españoles, Rodríguez conoció, admiró y apreció el genio y la generosidad de Vicente Aleixandre. Por eso tal vez escribió, tiempo después, Perro de Poeta, dirigido a "Sirio II", el segundo perro de Vicente Aleixandre:
PERRO DE POETA (3)
A Sirio, que acompañó a Vicente Aleixandre
A ti, que acariciaste
el destello infinito del traje humano cuando
dentro de él bulle el poema.
A ti, de rumboso bautizo,
que con azul saliva y lengua zalamera
lamiste frescos pulsos trémulos de altas bridas,
unas manos creadoras con mimo de sal siempre,
ahora que recuerdo
años de amistad limpia
te silbo. ¿Me conoces?
Fue hace seis años, cuando
mi cadena era de aire, como la que tu amo
te puso en el jardín. Os mirabais, pisabais
tú su región inmensa y sin murallas,
él tu reino sin huellas.
¿Quién era el servidor? ¿Quién era el amo?
Nadie lo sabrá nunca
pero el ver las miradas era alegre.
Un buen día, atizado por todas las golondrinas del mundo
hasta ponerlo al rojo,
callaste para aullar eterno aullido.
No ladraste a los niños ni a los pobres
sino a los malos poetas, cuyo tufo
olías desde lejos, fino rastreador.
Quizá fueron sus hijos
quienes en esa hora de juerga ruin, colgaron
de tu rabo,
de tu hondo corazón asustadizo
la ruidosa hojalata cruel e impresa
de sus vendidos padres. Fue lo mismo.
Callaste. Pero ahora
vuelvo a jugar contigo desde esta sucia niebla
con la que el aire limpio de nuestro Guadarrama
haría un sol de julio, junto con tus amigos,
viendo sobre tu lomo la mano leal, curtida,
y te silbo, y te hablo, y acaricio
tu pura casta, tu ofrecida vida
ya para siempre, Sirio,
buen amigo del hombre
compañero del poeta, estrella que allá brillas
con encendidas fauces
en las que hoy meto al fin, sin miedo, entera,
esta mano mordida por tu recuerdo hermoso.
Vicente Aleixandre, Claudio Rodríguez (joven y de pie), y el poeta del 40' José Hierro.
El excelente poeta Carlos Bousoño pertenece por edad a la Generación
del 40'. Por la forma
de escribir, dicen los que saben, Bousoño podría considerarse un poeta del
50'. Él es el tercer poeta que le cantó a un perro llamado
Sirio, y es también quien cuenta y cierra esta historia de un un nombre, tres perros y
tres poetas:
Mi pieza se denomina Perro Ladrador, pues "Sirio III" lo era. De estirpe plebeya y callejeril, a diferencia de los dos "Sirios" anteriores (...), el "Sirio" que me tocó en suerte lucía pelo negro y no resultaba excesivamente bello, aunque yo le quería mucho porque era muy cariñoso; le quería y al mismo tiempo me resultaba insoportable, pues cuando estábamos charlando en el jardín de Aleixandre (...), el perro, en cuanto veía moverse la sombra de un pájaro o de una rama, empezaba a ladrar, y no dejaba hablar a nadie. A veces pienso si no serían las sombras, si no otra cosa, lo que le incitaba. Tal vez le molestasen las conversaciones sobre poesía, pues se ponía especialmente frenético en cuanto se iniciaban" (4)
PERRO LADRADOR (5)
I
Al Norte, al Sur, al Este y al Oeste
ladras; pequeño ladrador de diminutas
invisibilidades, tercas delicias en el jardín amigo, alguna sombra
de un pájaro que pasa, alguna brizna
leve de hierba. Registras con meticuloso ladrido
la pormenorizada realidad de las cosas, dulces trivialidades
que tú conoces y amas: el movimiento
imperceptible de una hoja
suave de acacia; un temblor solo,
su sombra nada más, y ya estás tu ladrándole a la vida,
aplicado hondametne a tu oficio,
serio, ronco, tenaz, desapacible
en la mañana luminosa, descuartizando el día,
troceando la luz indivisible, disponiendo
en brusca taracea el roto cántaro
de la dispersa claridad, que salpica y asalta,
como si fuese espuma en mar bravío,
acantilados, torres, casas, muros,
y mis oídos siempre, dulce perro
sin paz, que no me dejas
vivir, y te adelantas
a anunciarme estruendoso a cada instante
la rendición altísima: en el cedro
un gorrión se ha posado y se movió en la rama
sabia-
mente.
II
Pero otras veces, sin saber yo cómo,
te me quedas mirando con tus ojos
cariñosos, atentos
a un regresar de algo que no llega, y de pronto
me aúllas, aúllas a mi vida, el enorme vivir que de mí esperas,
río que fluye y no das lo que pides, lo que sin duda necesitas
ver venir desde lejos
para mí, junto a tí.
Ladras desesperada-
mente a las cuatro esquinas, a las cuatro estaciones,
a la luz, a la sombra, a la distancia,
ladras contra los árboles
del río, contra la peña gris y el remolino
que hacen allí las aguas,
las dulces aguas grises de tu amo,
el turbio y peligroso gris del hombre.
Y vuelves a ladrar contra la realidad entera de esas aguas,
acaso desbordadas, siempre inciertas,
pantanosas tal vez, oscuras, tenebrosas.
Ladras interminable
y te parece que el riesgo se disipa
si cubres incansable con tus ladridos protectores
el firmamento entero, el total mundo
sin que ningún resquicio abra al silencio
peligroso una entrada
sutil, por donde pase,
con delicadeza,
el puro hilo,
el soplo imperceptibele de lo que no se nombra.
Rafael Morales, su mascota en brazos, Aleixandre y un joven Carlos Bousoño.
Notas:
(1) Aleixandre, Vicente. "Retratos con nombre", en Poesía y prosa. Edición de Leopoldo de Luis. Madrid: Bruguera, 1985, p. 321.
(2) Carta de Proust a Paul Morand. "Hommage a Marcel Proust", N. R. F. Así en nota del propio José Bianco en su ensayo "El Ángel de las Tinieblas" (Premio La Nación a Ensayo inédito, 1973), que puede encontrarse, por ejemplo, en Diario de escritores y otros ensayos. La Habana: Fondo Editorial Casa de las Américas. 2006, p. 187.
(3) Rodríguez Claudio. "El vuelo de la celebración", en Obras completas. Barcelona: Tusquets, 2001, p. 242.
(4) Carlos Bousoño, Reflexiones sobre mi poesía, citado en Oda en la ceniza y Las monedas contra la losa. Edición de Irma A. Emiliozzi. Madrid: Castalia, 1987, p. 239, nota.
(5) Carlos Bousoño, "Las monedas contra la losa", op. cit., p. 239.
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