Una vez presencié un parto, y para mí, que soy hombre y nunca mi cuerpo estará en esa posición, comprendí la enorme soledad que atraviesan las mujeres en esa instancia.
Solamente ellas saben lo que pasan allí, en una camilla de hospital, cuán a solas están. Sentí durante la llegada de mi hijo que yo, hombre, estaba en tierra extranjera en aquella sala de parto repleta de mujeres, un testigo allí que ayudaba torpemente sosteniendo el cuerpo pujante de la madre.
Me llega durante la cuarentena un poema de 1911 de Akiko Yosano que, como mujer que atravesó un parto, parece decirme esto mismo, confirmar mi experiencia desde afuera.
El poema comienza diciendo que “se siente enferma” sobre una camilla en la sala de parto, durante los primeros dolores, y ante un “destino inevitable”. Y que se siente sola, está “completamente sola / en el cielo y la tierra / con mis labios inmóviles y apretando los dientes”.
“Una cosa es saber, y otra la realidad.”
Y a todos los demás les pide que se mantengan al margen, que sean simples espectadores. Y eso fui yo el día que nació mi hijo. Eso mismo sentí que era yo en ese momento tan crucial de mi propia vida, un mero espectador cuya única utilidad era sostener la espalda del ser dador de vida que pujaba.
Primeros dolores de parto.
Me siento enferma,
mi cuerpo sufre, siente los dolores.
Abro los ojos en silencio,
estoy postrada sobre la camilla de la sala de parto.
¿Por qué yo -tanta veces,
a punto de morir-
tiemblo aterrorizada, dolorida,
sangrando, dando gritos?
y me habla del milagro, del gozo que supone dar a luz,
pero yo sé qué es esto, mucho mejor que él,
¡ah, que fácil parece ponerse en situación!
Una cosa es saber, y otra, la realidad.
La experiencia ya es algo que pasó.
Callaos, por favor, no digáis nada,
manteneos al margen, como meros espectadores.
Estoy completamente sola,
en el cielo, y en la tierra,
con mis labios inmóviles y apretando los dientes.
Espero mi destino inevitable.
Es la única verdad.
Deben abrirse mis entrañas
y no tengo derecho a decir "sí" o "no".